Muñecas rusas – Exterior
El calor es como una enredadera que atraviesa el talón y se ramifica hasta la lengua seca, hasta los ojos, los parpados, la nuca, pasando por la cintura que duele, y es lo mismo que pasa con las fachadas, piensa Helena. Casas blancas cuadradas, que incluso nuevas fueron (y no hay adjetivo más acertado que) feas, y ahora marchitadas por el descuido, por el calor, el sol intenso que encandila y el olor a sudor y a basura. Helena espera el 149 entre una mezcla de olores y de idiomas, alta en la torre, filipino, ruso, hebreo, inglés se oyen como una masa informe y pegajosa.
Helena transpira rodeada de cemento y demasiado cerca está el mar mediterráneo y hoteles y otro mundo…
El primer día siempre es el peor, piensa sentada demasiado pegada a una mujer etíope vestida con telas de colores gritando con un teléfono en la mano. El primer día es el peor, el colectivo frena, el chofer le grita a un conductor que se detiene de golpe para recoger a alguien.
El primer día es el peor, baja del colectivo y en una vidriera tres muñecas rusas, en escalera, la sorprenden vestida casi con los mismos colores casi con su misma forma. El primer día es el peor, no conocerá a nadie, todos la tratarán como una imbécil y por supuesto que no hará ninguna venta.
El portero, un hombre que se ve más viejo de lo que es, flaco y arrugado la mira lascivamente y le pregunta a dónde va. El primer día es el peor.
En la oficina, bastante más grande que una oficina, cubículos como los de las películas, cuartos vidriados, teléfonos, auriculares y micrófonos, una rubia flaca y estirada le presenta a Clara, ella es tu guía hoy. El primer día es el peor. Clara sonríe.
… y lo único que falta es mostrarte donde están las tazas, el café y el té. Y prepararnos uno, ¿café o té?
Café.
Hierve el agua, y hay vapor, Clara prepara los dos cafés y Helena sigue mirando el vapor. La primera mitad del primer día no fue tan terrible…
¡El café!
Ah, sí.
Helena extiende la mano y los dedos carnosos se tocan, un segundo, menos, un instante, sin quererlo. La mano color oliva de Clara y la rosácea de Helena ocupan un mismo punto infinitesimal. Helena toma la taza rápidamente y se la lleva a la boca, se enrojece.
Ya estás lista para seguir sola.
Sí, sí. Sin alejarse la taza de la cara. Helena siente el calor en las mejillas.
Todos comienzan a guardar sus cosas, Helena mira el reloj, ya hacía una hora que el auricular le hacía doler las orejas.
Afuera, se sorprende del cambio, ya es de noche.
Esperá un cachito, no te subas al transporte que da mil vueltas. Dijiste que vivías cerca de la estación central de colectivos, ¿no? Me queda de paso.
Helena asiente con la cabeza y sigue a Clara, se sube a un auto blanco bastante chico y bastante sucio, no puede reconocer de qué marca es, es demasiado parecido a las casas, piensa. El primer día terminó bastante bien.
Ya en el auto, el ruido del motor la incómoda un poco y casi por decir algo, y casi como una burbuja en el agua, sin pensarlo, salieron las palabras, alcanzó a escuchar sólo:
… un café o un té, no sé.
No sabe si arrepentirse o no, pero de todas maneras por qué, si no conoce a mucha gente…
Bueno, puede ser un café.
Sorprendida Helena ve como están pasando frente a su casa y Clara está buscando lugar para estacionar.
Helena da la primer vuelta a la cerradura y empieza a desconfiar de algo, se siente estúpida, pero si a Helena Clara le cae bien, y eso no es tan común.
Empiezan a hablar en el pasillo y se desploman sobre los sillones y Helena se siente tan a gusto y Clara también, y ambas se dan cuenta de qué parecidas son. Los mismos problemas con las amistades, con los hombres, amistades casi iguales y hombres bastante parecidos
y rompen el tabú y lo dicen, y lo admiten y lo hablan, del problema de la obesidad y de cuándo pasaron de gorditas a GORDAS así con mayúsculas. Y nunca lo hablaron antes con nadie, pero es así y es un hecho.
Y que Clara estuvo con muchos, con demasiados según el juicio mudo de Helena y que Helena estuvo con pocos, demasiado pocos según el juicio de Clara. Y se ríen un poco, y Helena lagrimea un poco y se siente que demasiado tiempo, sola y la familia tan lejos, cruzando un mar y ella no sabe muy bien qué.
Clara le recuerda el café.
Lo prometiste.
Helena se ríe.
Sí, sí, ya sé.
Y de camino a al cocina prende el equipo de música y Aviv Gefen empieza a sonar. Clara se levanta mientras y recorre con la vista los libros que hay en la repisa.
Helena vuelve al living con los cafés en la mano y encuentra a Clara levantada, absorta.
¡El café!
Ah, sí.
Esta vez Clara extiende la mano distraída y es más que un punto tangencial, son los infinitos puntos que forman un contacto, lo que luego de un movimiento se transforma en una caricia. Clara cierra la mano sobre una de las manos de Helena que sostienen dos cafés y se transforma en víctima complaciente. Clara la acerca lentamente hacia ella y Helena avanza con los cafés en la mano, casi temblando, se miran a los ojos, se besan. Sin alejarse Helena se agacha, lentamente, casi sentada sobre el sillón, deja las tazas sobre la mesita. Separan los rostros, se ríen, se sientan, se besan, se lloran. Las manos libres de cafés rodean el cuello de Clara y víctima se convierte en victimario. Y luego ya no hay ni víctima ni victimario, hay un vaivén, el vaivén de un barco o una cuna, un ritmo suave que indica quién. Y los brazos se pierden como serpientes bajo las ropas holgadas, y la piel contra la piel, suaves como es la piel de dos mujeres como puede ser la piel de dos muñecas. Los botones se separan, se alejan y las ropas se acumulan en el piso y los labios se despegan para conocer el lóbulo de la oreja, el cuello, libres para explorar otras zonas. Y desnudas, se abrazan.
Helena mira el reloj y otra vez sólo escucha el final de su frase.
… acá.
Y caminan lentamente hacia el cuarto. Helena se recuesta sobre la cama armada y Clara la recorre con sus labios, con su aliento, lentamente, desde la frente, y el cuello, los pezones, y allí permanece un rato. Helena no deja de ver su cuerpo gordo e inmundo, pero por primera vez lo disfruta y cierra los ojos y sólo siente, siente sus pezones como nunca, sus pechos, y más abajo, Clara nada en los pliegues salados de su piel. Será ballena, piensa, pero ballena feliz entre ballenas.
Clara se hunde un poco más, y Helena late y se muerde los labios extasiada. Clara se hunde aún más, y Helena se siente a punto de estallar, le duelen dulcemente las mandíbulas, pero Clara se hunde y se hunde aún más y Helena grita extasiada y empapada en sudor y Clara se hunde y Helena abre los ojos y grita de horror.
De Clara sólo resta un pie con un anillo en uno de sus dedos que va desapareciendo en su entrepierna húmeda y luego
n a d a .
me encanto este cuento.... estan a la venta los derechos???
6:11 a. m.
Sí, ¿cuántos querés?
9:50 a. m.
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